domingo, 4 de diciembre de 2016


¿CÓMO LUCHAS TU DÍA A DÍA?



¿Estáis agobiados? ¿Os mata la vida y no os da de sí? ¿Curráis en maratonianas jornadas todo el día como locos sin parar y no tenéis tiempo para hacer lo que realmente querríais hacer? Esta vez os voy a dejar un cuentecillo que he de dejar claro no lo he escrito yo, pero lo he leído, me ha encantado y quería compartirlo. Después de leer esto emplearéis vuestro tiempo de otro modo, a mí al menos me ha echado una mano a ver claras algunas cosas que tenía delante de los ojos. Vamos allá

Un experto asesor de empresas en gestión de tiempo quiso sorprender a los asistentes a su conferencia. Sacó un frasco grande de boca ancha, lo colocó sobre la mesa junto a una bandeja con piedras del tamaño de un puño y preguntó: -¿Cuántas piedras piensan que caben en el frasco?
Después de que los asistentes hicieran sus conjeturas, empezó a meter piedras hasta que llenó el frasco y preguntó: -¿Está lleno?. –Todos lo miraron y asintieron. Luego sacó un cubo con gravilla, Metió parte de ella en el frasco y lo agitó. Las piedrecillas penetraron por los espacios que dejaban las piedras grandes.
El experto sonrió con ironía y repitió: ¿Está lleno? Esta vez los oyentes dudaron: … tal vez no estuviera lleno.
-¡Bien!- Sacó un cubo con arena fina que comenzó a volcar en el tarro. La arena se filtraba por los pequeños recovecos que dejaban las piedras y la grava. –¿Está lleno? – Preguntó de nuevo. –¡Síiii! –respondió la audiencia con entusiasmo… Pero entonces él sacó una botella de agua que comenzó a verter en el frasco. El frasco aún no rebosaba.
-Bueno. ¿Qué es lo que hemos demostrado aquí?- Preguntó.
Un alumno respondió prestamente: -Que no importa lo llena que esté tu agenda, si lo intentas, siempre puedes hacer que quepan más cosas.
-¡Muy bien!... pero ¡No! –Concluyó el experto. -Lo que esta lección nos enseña es que si no colocas las piedras grandes primero, nunca podrás colocarlas después.
…Y vosotros.. ¿Cuáles son las piedras grandes en vuestra vida personal… y en vuestra vida profesional? , ¿Vuestros hijos?, ¿vuestros amigos?, ¿vuestros sueños?, ¿Vuestra salud? ¿Vuestra pareja?, ¿Vuestra familia?...
Recordad, ponedlas primero. El resto encontrará su lugar.


martes, 25 de octubre de 2016

LOS CANTEROS EN EL ROMÁNICO, RECUERDOS DE UNAS JORNADAS INOLVIDABLES


   Este "finde" tuvimos la oportunidad de viajar en el tiempo, de plantarnos en la época del románico y sentirnos, por un rato, en la piel de un cantero de aquella hermosa a la vez que terrible época.
    Para los que tuvimos la suerte de acompañar a Cristina y a Esme, a la Huella Románica y para los que no, os dejo aquí las lecturas que tuve el privilegio de poder leer junto a vosotros. Espero os sirvan de recuerdo a unos y de inspiración a otros.
    Voy con la primera sacada de mi libro SEGOVIA PARA CURIOSOS:

     Mil e çiento veinte veces había rodeado el astro rey a la tierra cuando nos llegó la noticia: El hijo de un viejo amigo de nuestro padre regía agora en la diócesis de un ignoto lugar, al sur de los montes Pirineos. La tierra había çido hacía años reconquistada a los sarracenos por los reyes de Castilla et de León e había menester de repoblarla, pues por lo que contaban, era tan pobre, que aun de almas carescía. Nos prometían muxos tiempos de trabajo seguro e de vivienda con corral, a expensas de la yglesia. A cambio, mis saberes e mis manos en la labor e oficio de la cantería e mayormente de la escultura. Ninguno de mis hermanos quiso seguirnos, de modo que tomé ferramienta, muxer, e familia, et hacia allá marchamos. Tras sortear los peligros de la tierra, en duro e penaroso viaje que duró más de dos años, nos presentamos, al fin con bien, mi muxer e mis hijos en aquel rudo lugar. A lo largo de aquellos dos años trabajamos aquí et allá, buscándonos sustento cual bien pudimos. Unas veces viajando con los peregrinos que se dirigían a Compostela, otras con partidas de viajeros que abandonaban una villa en postre de otra, arribamos como digo hasta aquella frontera de la cristiandad, hasta aquella Extremadura castellana, hasta aquella áspera villa de gélidos inviernos, e desérticos veranos llamada… Segovia.
     Pongamos que mi nombre es Didacus. Mi historia e vida es una más de las de cientos, de miles a buen seguro de francos, que dexamos nuestra patria en pos de otra mexor para los nuestro hijos. Dejé yo para siempre mi Aquitania natal, tras aquella “llamada” del franco et Excelentísimo e Reverendísimo Señor don Pedro de Agen, obispo de Segovia, que con ayuda del también franco Raimundo de Borgoña, a duras penas repoblaban aquestas tierras con cristianos, pues de sarracenos et hebreos non carescían.
    Muxo placióme trabajar en las obras de la yglesia de San Martín. En primer lugar, por la advocación del tal santo, tan querido por nosotros los francos. Venga agora la primera de las curiosidades que os voy a describir a lo largo de aqueste documento:
    ¿Conoscéis por fortuna el origen de la palabra capilla? Si sí, disculpad mi impertinencia en contarla e si non, prestad oídos a la historia pues harto curiosa es: Siempre se representa a San Martín a caballo, cortando la mitad de la su capa et entregándosela a un mendigo, que estaba aterido de frío. Diole la mitad, pues era él un soldado romano, e la capa pertenecía a iguales partes al legionario et al emperador. Por ello non diole toda entera al mendigo. Aquesta media capa fue milagrosamente hallada años después, e fue una preciadísima reliquia perteneciente al tesoro real de los reyes francos, Carlomagno incluido. Entre otras cosas la portaban como talismán en las batallas, et el oratorio en que tan valiosa reliquia se custodiaba, comenzó a ser por todos llamado la “capella”, diminutivo en latín de capa. De ahí proviene la actual palabra “capilla”. 



     Fueron aquellos primeros años en Castilla duros, de muxo e buen trabajo, en que nuestros golpeteos en la piedra, así como estruendos en el manejo de la roca para robarla esquirlas, e dotarla de alma, gruesamente molestaba a una comunidad de silenciosos monjes copistas, pues laboraban casi día e noche en una escuela de escribas. Era aquesto un “Scriptorium”, que se encontraba cabe la yglesia.

     Voy a ir acabando ya mis relatos. A diferencia de otros canteros et escultores, tuve la fortuna de ver terminada la yglesia, salvo el pórtico que se puso después como mencioné. Cuando la vimos así concluida, nos abrazamos, rezamos et he de confesar que yo, allí, lloré abrazado a mi mujer, a mis hijos… et a mis nietos. Era un anciano. Dicen que los ancianos se hacen un poco como los niños. Solo Dios Nuestro Señor sabe si por ello, mi mente me trajo entonces escenas ocurridas cuando aqueste anciano, non era más que aprendiz infante, e por última vez, pido vuestra paciente venia para remembrarlas junto a vos. Como siempre otorgó quien calló, tomo por un sí vuestro silencio. Et agradecido, doy paso a los recuerdos:
   En un pueblo de la lejana Aquitania, un pequeño miraba a su maestro desde abajo. En todos los sentidos. A un maestro que fue de oficio e de vida, por ser dicho maestro el padre de uno:
   -¿Qué pasa hijo? Vamos, golpea despacio, el trazo está fecho en la piedra.
   -Tengo miedo padre. –Mi padre rió suavemente, me miró a mí e luego miró la piedra. Teatralmente diola la vuelta, miróla e remiróla, de abajo a arriba.
   -Miedo. ¿De una piedra? La he examinado minuciosamente, como has visto, e te aseguro Didacus, que non te va a facer daño alguno.
   Su comprensión relajó un poco la presión que me oprimía. –Non ese tipo de miedo, padre, tengo miedo… de mal facerlo, de errar, de equivocarme.
   -Non te equivocarás. Adelante, golpea –invitóme de nuevo con abierta palma. Mas non estaba yo muy seguro de bien facerlo, e creía que golpearía mal, o la rompería, o qué sé yo. La congoja me atenazaba. –Solo ve golpeando despacio por los trazos. Non te equivocarás –repitió con paciencia.
   -Disculpadme padre mas, pienso… pienso que es fácil decirlo con vuestra gruesa experiencia, para mí sin embargo…
   -Hijo–, cortóme él entonces –cuando seas un anciano como yo, comprenderás lo que la experiencia es. Non se trata de acumular años, ni vivencias, ni éxitos. Se trata tan solo de acumular errores.
   -¿Cómo errores? –respondí incrédulo.
   -Errores, sí. Eso, e non otra cosa es la experiencia. Una suma de grandes o pequeños desastres, de los que con mayor o menor daño hemos de aprender. Eso, querido hijo mío, eso, es la experiencia. Aquestas manos que tú ves, aquesta cabeza que sujetan mis hombros, mas sobre todo e por encima de todo, aquesta voz e aquesta boca que te parla, han cometido una suma sin cuento de desatinos. Algunos chicos, otros mayores e otros… –mi padre detuvo aquí su discurso, tomó leve aliento e mirando a algún perdido lugar de su recuerdo recuperó, costosamente verba… –e otros, Dios me perdone –dijo santiguándose –, mayores que la cúpula celeste que un día albergará mi alma pecadora.   –A sus palabras muertas siguió un breve silencio. Agora él me miraba… mas sin facerlo, e yo lo miraba a él con admiración, con humildad, con respeto. Exhaló el aire que anteriormente había tomado, e que parecía haber quedado a morar en sus cansados pulmones et el hálito dibujó una suave sonrisa de medio lado, la cual recolocó su mirada, aquesta vez sí, sobre mi persona.
   -Non hay que tener miedo a equivocarse, Didacus, hay que tener miedo, terror, a non saber equivocarse, a non saber tomar lo bueno de lo malo, a non sacar de cada error una lección de por vida. De cada quien depende el arte de observarse, el volver sobre los errores e de repasarlos minuciosamente. El maestro en su oficio, lo suele ser también en la vida. La diferencia del maestro sobre el que nunca llegará a serlo consiste en aquesto, hijo, en tener la fortuna de caer en el oficio para el que estamos dotados et en aprender de todos los fallos que cometemos al desempeñarlo. Así de simple. Así de complejo.
   Non daba crédito a sus palabras. –Mas vos, padre, non cometéis errores. Os veo tallar la piedra… a veces casi, ¡sin mirarla! Vuestras manos esculpen solas, sin errores –respondí incrédulo aún.
   -Ja, ja, ja, ¡sin errores! Ja, ja, ¡sin errores ante a tus ojos de aprendiz! hijo, desde luego que los cometo, e los cometeré hasta el día en que muera, de hecho, ese, ese, será mi último error. Ja, ja, ja, ja… –E rióse de su propia muerte como quien ríe de tontuna ajena. E siguió así luengo rato, a carcajada sincera e limpia cual si pronunciar de aquesta guisa, tan triste e postrimero momento, fuere la más jocosa de las chanzas –…ja, ja, ja, mi último error, ja, ja ja, el último, el último ja, ja, ja –finalmente la risa fue remitiendo e volvió a la razonable parla–, ja, ja, ay, ja, ja, ja ay… ay… e tampoco olvides aquesto, hijo, pues es algo que siempre has hacer; sonreír, hay que sonreír, reír, reírte de ti mesmo, sin perderte respeto. De modo que non, Didacus hijo mío, non tengas miedo alguno a equivocarte. Ten miedo a lo que hagas, non a lo que non hagas. ¿Entendido?          
   -Entendido padre.
   Él me sonrió de nuevo, e con su diestra abierta me señaló la piedra otra vez. –Adelante pues. ¡Golpea!
    E yo golpeé. Al sonido metálico siguió el vuelo de la esquirla de piedra, limpia, e sin yerros, et a aquel golpe siguieron çientos, et a los çientos miles, millones quizá a lo largo de una vida, et a lo largo della, traté de enseñar a mis hijos cual mi padre conmigo fizo. Traté de cincelar sus corazones para que fueren buenos escultores, e mexores aún personas.
Nosotros, los maestros canteros e los maestros escultores construimos las moradas de Dios por toda la tierra, de algo muerto e sin existencia como es la piedra, ficimos nacer el movimiento, la expresión, la vida. Acá leones et aves, allá grifos et esfinges, acá sirenas e dragones, allá basiliscos et animales, allá guerreros et acróbatas. Hora escenas de la vida de Nuestro Señor, hora de las vidas de obispos e reyes. Dimos vida a lo inerte, animamos lo inanimado para que hoy, siglos después cuando alguien sigue mirando un capitel, un canecillo, un sillar con nuestras marcas de cantero, siga recibiendo un mensaje, el mensaje de la piedra, nuestro mensaje. Nuestro legado.
 
 
Tras esta lectura hablamos un poquillo sobre los canteros medievales y sus obras, hablamos también sobre la pintura... cualquier hombre medieval que viera ahora sus iglesias con sus muros desnudos se espantaría. Lo que ellos verían sería algo parecido a esta proyección con laser en Santa María la Grande de Poitiers
 


   A continuación os dejo aquí el fragmento que leí de EL HIJO DEL HERRADOR, que ahonda, además del trabajo de los canteros, en el de la posterior pintura de su obra:

El primer día no habíamos reparado en ella cuando la cruzamos para salir de la catedral. Tampoco el ulterior día, cuando entramos  para celebrar la noche de Dios en la misa del gallo, pues se hallaba oculta en la oscuridad. Mas en aquesta  mañana, de la Natividad de Nuestro Señor del año de gracia de mil ciento y noventa y ocho, nuestros incrédulos ojos daban fe de lo que las manos de hombres prodigiosos, sabiamente guiadas, son capaces de labrar. Habíamos decidido ir a rezar ante la tumba del Apóstol y asistir a la misa de Navidad antes de adquirir el ave. Caía una suave lluvia y hablábamos animadamente, cuando a más de cien pasos contemplamos su colorido. Se veía claramente por encima de las techumbres de los chamizos, do los obradores que aun trabajan en la catedral, habían moradas y talleres. Recorrimos el laberinto de aquellas embarradas calles, subimos las escaleras que conducían a la puerta occidental de la catedral y cuando ante ella estuvimos y nuestras miradas alzamos, nuestras bocas se abrieron mostrando nuestro pasmo, empequeñecidos por el fruto de los maestros que la alumbraron. La gran puerta central se dividía en dos mediante una columna llena de hermosas tallas sobre la cual columna descansaba sentado, tranquilo, Nuestro Padre Santiago. Asía un báculo en su izquierda y un pergamino en la diestra, el cual pergamino caía desenrollado hasta su espinilla. Por completo ignoro lo qué rezaba en su escritura, pues tal cantidad había de detalles y figuras en aquel pórtico talladas que sería harto imposible describirlas a todas.
Sobre la corona dorada de Santiago (que estaba llena de piedras preciosas) y en el centro mesmo de un grande arco, se hallaba mostrando sus llagas, de las que manaba bermeja sangre, Jesucristo Todopoderoso. Y aquesta palabra no está al azar dejada, pues lo que esa imagen, que es la más grande de todas, muestra, es poder. Poder y majestad, y estaba de tal guisa esculpido que parecía querer salirse del tímpano, sobrevolando nuestras cabezas desde la nube alba do se hallaba. Sus blancas vestiduras casi aturdían con su brillo y contrastaban con las azules, púrpuras, verdes y oro de los cuatro evangelistas que reposadamente escribían la Palabra de Dios, cada uno sobre su símbolo y que flanquean al Salvador.
Mas luego a su diestra, del tamaño mesmo de los evangelistas se hallaban cuatro ángeles rubios con la columna do Cristo fue fustigado, la cruz do fue clavado y los clavos con lo que lo ficieron. Al otro lado, otros cuatro ángeles, también rubios, de doradas alas y celestes vestidos, portan la lanza de Longinos, un pergamino con la sentencia de Cristo y la jarra con la que Pilatos lavose las manos, la caña con la esponja y otro pergamino que, aqueste si, reza INRI.
Sobre los ángeles se hallaban decenas y decenas de pequeñas figuras, todas ellas diferentes en colores y formas y las cuales pensaba yo pudieren ser las doce tribus de Israel y las incontables turbas celestiales. Y sobretodo aquesto que ya he dicho, se hallaban en semicírculo dispuestos cerrando el arco en abanico las deslumbrantes tallas de los veinte y cuatro ancianos del Apocalipsis faciendo sus músicas, tocando arpas, cítaras y salterios, incluso dos de ellos tocan entrambos una de esas enormes zanfonas.
Aparte de aqueste enorme y maravilloso arco, a los dos laterales, hay otros dos arcos menores, también repletos de coloridas figuras, separados y sostenidos por columnas talladas con flores y colmadas de estatuas. Y allí nos hallábamos quedos nosotros, con el aliento cortado, la mirada atónita y hasta el mesmo alma sobrecogida, pues lo que difiere de todas las demás que yo haya contemplado y lo que maravilla en aquesta fachada, son los rostros, los gestos, las posturas, las miradas, los vivísimos colores... No miento, juro que no miento si digo que aquella fachada estaba viva. Las figuras que la poblaban en tan gruesa número y armoniosa concentración, ¡parecían estar vivas! Conversaban y cantaban, se miraban y reían, se contaban secretos de los cuales todos parecían ser sabedores cómplices, susurrando ante nosotros, para no ser escuchados, si, estaban vivas, ellas allí dentro estaban vivas y hacían sentirse vivo a quien las contemplaba, seguro de si mesmo y respaldado por Dios Nuestro Señor, pues ¿quién sino el mesmo Dios habría guiado las manos de los canteros que dieron vida a aquellas piedras?
 
Espero que os haya gustado esta entrada y que os sirva, para que cuando volváis a poneros delante de una iglesia románica os acordéis un poquito de los hombres que las hicieron posibles...
 
 
 

 

domingo, 7 de agosto de 2016

El infante rebelde, las luciérnagas y la noche de San Lorenzo

 El infante rebelde, las luciérnagas y la noche de San Lorenzo



Como se acerca la lluvia de estrellas y San Lorenzo, aquí os dejo este extracto de mi primera novela, El hijo del herrador, en el que su prota, Diego, se enfrenta de nuevo a su impertinente señor, el desventurado infante Don Fernando. Espero que os guste.
 
 
....Tenía la vasija de vidrio, tenía las luciérnagas, tenía a mi príncipe rebelde y tenía, muy seguramente, la natural curiosidad infantil de todo párvulo (por muy heredero a Castilla que fuera). La noche siguiente, cual todas las noches hacía, don Fernando me llamó para apagar los velones de su cámara. Ese, era el momento que yo había esperado.
         –Diego! ¡Apagadme las velas! –Gritó.
         Yo acudí presto. –Ya voy alteza. –Antes de apagar la última puse en marcha mi idea. –¿Me permitís una pregunta?
         –Si no me entretenéis mucho, adelante.
–No lo haré alteza ¿Habéis hablado alguna vez con nobles de mi tierra? ¿De Segovia?
          –Agora no recuerdo ninguno en concreto, mas es seguro que si, pues he despachado con señores de todos los confines del reino. –Jactose el niño.
         –¿No os habrán hablado los de Segovia de cómo nos iluminamos allí los villanos?. –Dije remarcando esa palabra. –En las noches de verano ¿verdad?
         –Pues... no, claro que no ¿Por qué iban ellos a hablarme de esas tonterías?
         –¡Uf! ¡Menos mal! –Exageré, y apagué con un soplido el último de los velones de la cara cera de abeja. –Hasta mañana alteza, que descanséis bien.
         –¡Diego! ¿Cómo os ilumináis en verano?
         –¡Lo sabía! En la oscuridad de la habitación no pude evitar un gesto de triunfo y sonreí complacido, parecía que mi idea estaba funcionando.
        –¡Ah! No merece la pena señor, como vos siempre decís, son tonterías. La condición de villano no es fácil. Nuestra vida es dura, nos dedicamos a trabajar todo el día, y hacemos pocas cosas divertidas, aunque... he de reconocer que aquesta es una de ellas. En fin, siento haber hecho perder vuestro tiempo con mi pregunta. Hasta mañana si Dios quiere.
      –¡Diego! Un momento... decidme cómo lo hacéis... Por favor.
      –¡Por favor! Era la primera vez que escuchaba esas palabras salir de su boca dedicadas a mí. Aún así continué alentando su curiosidad.
      –Alteza, no os gustará, además... –E hice una estudiada pausa.
      –¿Además qué? –Preguntó él, tal y como yo esperaba.
      –Además... es un secreto. –Dije bajando la voz. –Lo hacemos en Segovia desde generaciones, los padres se lo transmiten a sus hijos... la luz que no proviene de las velas... –Dije en el tono más misterioso que fui capaz.
       –¡¿Luz que no proviene de las velas?! ¡Enseñádmelo os lo ruego!
       –Está bien alteza, mas habéis de jurar que aquesto quedará entre nos, será un pacto de hombre a hombre, y a nadie contaréis el secreto si no es en el futuro, cuando si Dios lo tiene a bien, os bendiga con mucha descendencia y se lo transmitáis a ellos.
       –Os juro que así será. Tenéis mi palabra Diego.
       –Y Yo como buena es la tomo, alteza. Está bien, aguardad un instante, voy a mi cámara. Como es lógico, aunque esté fuera de mi tierra lo sigo usando
      –¡¿Entonces me lo mostraréis agora?!
       –Así es, en un instante vuelvo.
       Salí hacia mis aposentos do guardaba la vasija con docenas y docenas de luciérnagas que revoloteaban en su interior. Al fondo varias lombrices las servían de alimento. Tapé el objeto de vidrio con un paño oscuro y regresé a la cámara de don Fernando. La destapé frente a él, iluminando no solo la estancia, sino también una sonrisa de asombro cual no había visto en mucho tiempo.
       La sorprendida mirada del niño, iba de la vasija hacia mí y de mí, hacia la iluminada habitación, para volver de nuevo a la vasija en la cual, volaban los insectos emitiendo su luz amarillo–verdosa.
       –¡Es maravilloso Diego! Jamás había visto nada igual. ¿Puedo tomar el recipiente?
       –Claro alteza, asidlo sin miedo.
       El heredero de Castilla, tomó la vasija entre sus manos con sumo cuidado y luego empezó a levantarla y moverla de aquí para allá, mirando entre divertido y asombrado, las caprichosas sombras que se formaban en la habitación.
       –¡Es fantástico! ¡De veras es fantástico! ¿Por qué dan luz las luciérnagas?
       Entonces, yo me senté a su vera en el lecho y le conté cuando años atrás, muchos años atrás, nosotros de niños, nos habíamos hecho la mesma pregunta y de cómo no habíamos llegado a conclusión alguna. Don Fernando quedó muy pagado con la anécdota. Le dexé la “vasija brillante” y me dispuse a tornar a mi cámara, mas un último pensamiento pasó por mi cabeza.
       –Alteza, ¿Recordáis el día que vuestra señora madre nos presentó en el salón del trono?
         –Si Diego, lo recuerdo y agora os pido excusas por mi modo de comportarme. No fue... no fue el más adecuado. –Disculpose con cabeza gacha.
          –¡Bah! Olvidadlo alteza. Eso carece de importancia ¿Recordáis que os dije que esperaba algún día poder demostraros que los villanos y los campesinos también podemos ser divertidos?
         –Si, si, también lo recuerdo y aquesta noche lo he comprobado, una vez más os pido disculpas. Os juzgué mal.
–¿Aquesta noche alteza? No me refería yo a aquesta noche, lo de aquesta noche solo han sido unos simples insectos encerrados en cristal. –Dije quitando importancia a mi propio éxito. –Mañana si Dios lo quiere y si vos gustáis... podríamos ver algo más grande, mucho más grande que unos bichos en movimiento. Si os place alteza, podríamos ver... las estrellas... en movimiento. Al menos yo iré a verlas. ¿Contaré con el privilegio de vuestra compañía?
–¡No os imagináis Diego, cuanto ansío que llegue ese momento! –Exclamó el infante con los ojos muy abiertos, iluminados por la vasija de vidrio.
         –Hasta mañana pues alteza, descansad.
         –Hasta mañana Diego. ¡Ah Diego!
         –¿Alteza?
         –Muchísimas gracias Diego. Estad seguro de que no revelaré a nadie lo de las luciérnagas.
         –No las merecen señor. Y estoy bien seguro de que no lo haréis.
         Y marché a mi habitación harto contento, pues bien sabía yo que al día siguiente, diez de Agosto, era la festividad de San Lorenzo y en esa noche ocurría un fenómeno conocido como las Lágrimas de San Lorenzo. Se decía que había sido tan bienhechor ese santo, que hasta el mesmo cielo lloraba por su pérdida, y había tal cantidad de estrellas fugaces en esa noche, que bien daba la sensación de que el cielo entero estuviere llorando.
       



       Mas lo mejor de todo, es que gracias a las luciérnagas y al bueno de San Lorenzo, la actitud del infante hacia mí, tornose como por encantamiento y en pocos meses, empezó a aficionarse a mi persona y a los consejos que yo por buenos le daba. Los ambiciosos nobles empezaron a desaparecer, solo un puñado de entre ellos (que al final resultaron buenas gentes) restaron en Burgos al servicio del hijo de don Alfonso y doña Leonor, el cual, tomó libros, armas, caballos y cuanto había menester en el ejercicio de sus funciones como heredero al trono de Castilla...

 
Para adquirir el libro en amazon:
 

domingo, 8 de mayo de 2016



La iglesia de los Santos Justo y Pastor. Curiosidades y maravillas de los templos románicos segovianos. (PARTE II)



VIVERE SI QVERIS QVI MORTIS LEGE TENERIS, HVC SVPLICANDO VENI RENVENS FOMENTA VENENI… ¿Hola?, hola ¿Hay alguien ahí…? ¿Sois vos Magister Muri? ¿Non lo sois…?. Ay, Bernardo, Bernardo, tus añejos oídos te están de nuevo engañando. Mírate, pobre de ti, incluso contigo mesmo andas en pláticas… tantos años de estudios e pergaminos entre aquestas titilantes velas… perturban oídos, mirada e seso. ¿Nadie pues? Hum… seguiré entonces a mis lecturas. A veeer… ¿Dó me hallaba yoo…? Sí, sí aquí. ¡Uy! Non quisiere restar mucho sobre tal vocablo: VENENI, feo es a fe mía. Feo es. Decíamos pues que; FOMENTA VENENI, COR VICIIS MUNDA, PEREAS NE MORTE SECUNDA… Sí. Muy apropiado, muy apropiado para…

¡¿Otra vez?¡ ¿Quién anda con esos ruidos turbando mis labores? ¡Oh! ¡Sois vos! Gentil leedor. Pasad, pasad sin miedo las páginas de aqueste códice, para non pecar de ignorancia cuando se fable de nuestro rico e feraz pasado, del cual, solo podemos sentir gruesa admiración e franco orgullo. Yo os guiaré a través del tiempo, para que sepáis dar mérito, et apreciéis si cabe más, a lo que de por sí, non tiene precio.

Mas primero lo primero. Presentaréme. En la pila me pusieron Bernardo, et en la vida, de Gormaz. Ya veis mis ropajes et atavíos. Sigo la regla de San Benito. Soy por tanto fray Bernardo de Gormaz. Mal está que bien de mi hable, mas contaréos, que llevo ya una luenga vida metido entre estudios, manuscritos, e códices. Bajo aquesta ya cana tonsura, e tras aquestos azulados ojos, albergo gruesos conoscimientos, et innumerables sapiencias teológicas, doctrinarias e filosóficas. Mis superiores cluniacenses, hanme encomendado ser el teólogo redactor del programa iconográfico de la yglesia de los Santos Justo e Pastor, pues lo he çido antes, e con éxito, de otras yglesias. Mas… veo inaudito gesto en vuestra faz, arrugar de morros et entrecejo ¿Non sabéis acaso lo que es un programa iconográfico? Non temáis, non temáis, yo os lo explicaré, pues esa e non otra es mi labor en la tierra: iustificare et annuntiare: explicar e divulgar. Mi humilde misión como siervo de mi orden e del Señor, la de cualesquier teólogo redactor de programas iconográficos, es que se plasmen sobre los albos templos, en piedras e pinturas, las enseñanzas de la Santa Yglesia, ya sean palabra e vida de Nuestro Señor Jesucristo, la de su Santa madre, sus venerados santos o las de los grandes padres e doctores de la Yglesia, que son muchos e muy sabios. También, a menudo, ordenamos poner cosas de la vida diaria de las xentes de los lugares do levantamos los templos. También de los comitentes: reyes, obispos, nobles, ricos mercaderes, xentes poderosas que sufragan buena parte de los gastos de la elevación de la yglesia… ya sabéis, quien paga, manda. Creo que eso es, ha çido e será en cualesquier época o lugar que se more. Los dineros, que debieren ser un medio para procurar mejores vidas, se han tornado en sibilino ingenio de Satán para la perdición de la raza humana. Seguro estoy, de que también en vuestra futura e muy dispar época será así, e tristemente gobernará la regla de oro… quien tiene el oro, pone las reglas… Hallaréis quienes, incluso, que reverencian al dinero e que lo toman por santo, pues obra milagros, mas non lo fagáis vos. Tornemos a lo nuestro, e dexemos lo corrompido.

Bien, mmm, decía yo que… ¡ay, qué sesera tienes Bernardo! ¡Ah sí! ¡El teólogo! ¿E por qué motivo e razón, un teólogo en la construcción et embellecimiento de la casa de Nuestro Señor? Os preguntaréis. Yo os lo revelo, yo os lo revelo: Al contrario de lo que parescer pueda, nada, absolutamente nada está al caprichoso azar dejado en una yglesia románica. ¡Es la casa de Dios! La representación de la Jerusalén Celeste en la tierra. Todo tiene su fin, su explicación e interpretación teológica, catequética o moral. Cada canecillo, cada capitel, cada pintura, el propio templo, servía para algo, quería decir o enseñar algo. Los fieles lo entendían, e si non lo entendían, los sacerdotes se lo razonaban. Para ello eran, e para ello estaban.

Os daré ejemplos, veamos. Cuando entrasteis, hallabame yo leyendo un texto que se encuentra grabado en el pórtico de entrada de la fermosa catedral de Jaca, en el lejano reyno de Aragón. Se trata de un enorme pórtico que, amén de albergar peregrinos que hacia Compostela marchaban, era destinado como castigo para hacer en él penitencia los disolutos e  los pecadores. El texto que yo examinaba rezaba lo siguiente: VIVERE SI QVERIS QVI MORTIS LEGE TENERIS, HVC SVPLICANDO… humm de nuevo contemplo ese extraño mohín en vuestro rostro, cierta… cierta cara de haba ¿Acaso, non sabéis leer en latín? Non zozobréis, non zozobréis. Gustoso e presto os lo explicaré, cual facíamos con las gentes de nuestro tiempo. Ja, ja, ja, ja, veo que algunas cosas poco han cambiado en más de ochocientos años. El texto completo que yo leía quiere decir aquesto:

Si quieres vivir, tú que estás sometido a la ley de la muerte, ven aquí suplicante, renunciando a los alimentos envenenados. Purifica de vicios tu corazón para que non perezcas de una segunda muerte”.

¿Veis a lo que me refiero? Aleccionábamos a los pecadores con lo escrito en el pórtico sin dejarlos, durante unos días entrar en la casa de Dios… con todo lo que ello implicaba de escarnio e befa en nuestro tiempo.

Sigo pues. Nadie o casi nadie de los que en el templo entraban, sabía leer o escribir.

Tratábamos de enseñar a una gruesa multitud de gente humilde e trabajadora, mas ignorante e iletrada, lo que conllevaba una faena extraordinariamente complicada, e cual fizo Nuestro Señor con las parábolas para ser mejor comprendido, nosotros ficimos usando amplia profusión de imágenes en piedra, en pintura, e también grande cantidad de símbolos. En el futuro, en vuestro mundo, cuando contempláis en las yglesias las piedras que mandamos cincelar, non siempre comprendéis lo que ellas dicen, pues aparte de la erosión, non entendéis su simbolismo. Fueron tantos los textos que manejamos, las enseñanzas de tantos sabios en las que nos basamos, que tratar de explicar siglos después, lo que en su día nosotros los teólogos quisimos explicar con una talla, pintura o motivo concreto, puede ser, a veces, tarea harto intrincada.

La propia yglesia non se colocaba en lugar cualesquier, buscabanse siempre lugares bien visibles e preeminentes, como aquesta de San Justo en lo alto de una loma. Las facíamos grandes, e sólidas, destacando su poderosa torre, e su potente figura de piedra sobre el humilde casulario de madera. Solíanse encalar las yglesias de blanco, e non de otro color, non solo para que llamaren más la atención, si no por la propia simbología del tal tinte, pues el blanco representa la pureza, la luz e la perfección.

Contó el emérito cronista cluniacense Rodulfus Glaber (es decir, Rodolfo el Calvo) que “cubrióse Europa un albo manto de yglesias”, de la gran cantidad que dellas, e de tal tinte pintadas, erigimos a mayor gloria de Dios Nuestro Señor. Mas amén del impoluto níveo de la pureza, el templo quedaba decorado en vivos colores, que cubrían bandas, capiteles, canecillos, columnas, arquivoltas e líneas de imposta, con verdes, cobaltos, amarillos, bermejos, naranjas…  El impacto visual de los colores en un mundo sin ellos, en una sólida et enorme estructura que se erguía majestuosa sobre los modestos hogares, era la primera e poderosa imagen que los fieles se llevaban de su yglesia. La vera religión era una idea que había de ser mostrada e demostrada, e cuanto más poderosamente fuere manifestada, más fácilmente permearía en las sencillas mentes, e llanos coraçones de las xentes.

Sabed pues, que las desnudas piedras que roídas por el tiempo hoy contempláis, que os parecen hermosas, e que erróneamente se piensa que a nosotros también nos lo parescían, non son si no el vacío esqueleto del policromado cuerpo, que un día albergaron. Nuestra naciente intención non fue el dejarlas así de lirondas. Siglos de lluvias, de nieves, de tórridas tardes de verano e gélidos yelos de invierno, fueron lenta, mas implacablemente, robando los pigmentos que las cubrían. Lo que más resistía, por ser más barato e fácil de mantener, los encalados, fue lo que a la postre más perduró, mas una moda en el siglo XIX se llevó a golpe de piqueta la mayor parte de los encalados de las yglesias.

Además de lo susodicho, la mesma edificación de la yglesia non estaba al albur dejada, como ya comenté. Los Magister Muri, los maestros de obras con quienes nosotros los teólogos estrechamente trabajábamos, eran hombres muy sabios, expertos e doctos, dotados de excepcionales sapiencias. Al contrario de lo que pensarse pueda, solían ser carpinteros, pues era la tal cofradía la que más conoscimientos sobre estructuras albergaba. Eran el vital apoyo para el resto de hermandades constructoras, e por tanto, de todas ellas sabían. Sin sus artificios, andamiajes, armazones, cimbras e por supuesto, sin sus saberes en construcción de complejas máquinas para mover pesos inhumanos, la construcción se caería, o sería inestable, o se abrirían grietas que acabarían por derrumbarla.

Ya desde su cimentación, construíanse las yglesias con su propio mensaje e simbolismo, basado en aqueste versículo 27 del capítulo XXIV del Evangelio de San Mateo:

“Como el relámpago que sale del oriente e brilla hasta el occidente, así será la Venida del Hijo del hombre”

Nosotros creíamos, fervorosamente, en aquestas palabras. Estábamos convencidos de que la “Parusía”, segunda venida de Nuestro Señor, era próxima, cuestión de días o meses, quizá años, mas que llegaríamos a contemplarla en nuestras vidas. De tal guisa e modo, que levantamos todas nuestras yglesias mirando hacia ese oriente, por do Él vendría. Sabed que es de aquí, de do proviene la palabra orientar.

Si hubiere algún modo, por algún moderno e milagroso ingenio que permitiere ver Segovia desde los cielos, podríais comprobar que lo que digo es tan cierto, como que Dios Nuestro Señor, vive. Todas las yglesias románicas de la villa, e de cualesquier villa que busquéis, tienen siempre similar orientación: Altar hacia el oriente, en la cabecera del templo, lo que llamamos ábside, e los sus pies hacia el occidente. Además, los más veteranos que aquestas páginas leáis, tendréis remembranzas de que hasta non hace tanto tiempo, el propio sacerdote daba la santa misa de espaldas hacia los fieles. ¿Por qué? Para todos juntos estar mirando hacia la ventana central del ábside, sobre el altar, por do entraría la muy deslumbradora luz de la esperada, e inminente, segunda venida del Redentor del mundo. Para si se producía, poder estar contemplándola como testigos de excepción e ganar nuestra eterna salvación.

También los más veteranos (a los que non lo sois ya os lo narro yo) recordaréis que hasta hace muy poco, en Segovia et en todos pueblos de la provincia… en realidad en todos los lugares del reyno, los hombres se sentaban en el lado que llamamos de la Epístola, el sur o derecha de la nave (entrando desde sus pies) e las mujeres en el lado que denominamos del Evangelio, el norte o izquierda de la nave. ¿Por qué aquesta curiosa disposición e non al contrario? Verbigracia: Nuestro mundo, era un mundo de hombres, gobernado, dominado por los hombres, e a la mujer… por decirlo de algún modo, se la menospreciaba. Mas non inventamos tal nosotros, nos vino heredado de antiguo de las civilizaciones que nos precedieron, los romanos, e los visigodos. La propia yglesia arroja las culpas del original pecado sobre la mujer; Eva… aunque también luego María, la nueva Eva redentora, vino a salvarnos. Mas lo que os decía: por herencia e tradición, la mujer significaba lo negativo, lo maligno, lo obscuro, lo pernicioso e pecaminoso. Por ello, en las yglesias situabanse las dueñas en el lado norte, el más oscuro de la nave, en el que menos daba el sol, el más frío e por supuesto, a la izquierda… bien ya sé lo que vos non, el latín. Os diré pues que izquierda, en latín, se dice “sinister”. Todo, todo tenía su simbolismo.

E ya que por lugares fríos e obscuros transitamos, hablemos del más gélido e sombrío de todo el templo, el lugar do se emplazaban las pilas bautismales, pues también sobre ellas actuábamos los teólogos. Por supuesto estaban policromadas e todas tenían su propia iconografía. La pila bautismal era, es e será per saecula saeculorum, un elemento harto importante. De los más del templo. Su simbología se hace por tanto principal tema, ya que será aquí e non en otro lugar, do el cristiano, sin aún serlo, tomará su primer contacto con la única e verdadera fe. Ni siquiera su posición está al hado dejada. Como más arriba os he adelantado, las pilas bautismales siempre estaban emplazadas en el lado más obscuro del templo, do menos iluminación del astro sol llega, et aqueste es siempre a los pies de la nave et a la izquierda della, mirando desde fuera. El punto más al norte et más al oeste. Comprobaréis que lo que os digo es cierto de sencilla guisa: Ved do se encuentran mayores musgos en los árboles. Siempre es la dirección que os digo por ser la más oscura e gélida, u observad en los inviernos do más aguantan yelos e ventisqueros. Siempre es en el sitio más al noroeste. ¿E por qué motivo e raçon las pilas bautismales están en tan lóbrego emplazamiento? El pequeño infante nace en un mundo de obscuridad por la original culpa del pecado, causado por la esposa de Adán. Una pequeña candelilla de esperanza preside la ceremonia bautismal, e tras verter el agua purificadora en su cabecita, el nuevo cristiano se dirige ya hacia el altar, el lugar con más iluminación. Pasa pues, de las tinieblas del pecado, a la luz de la redención. Básico, mas sencillo. Todo es simbología en nuestro mundo. Todo, para hacer comprender nuestra doctrina a las mentes sencillas et ignorantes.

Puede que al entrar en alguna yglesia románica, veáis alguna pila que non esté en el emplazamiento que os indico, si tal es non hesitéis, sin duda la han cambiado de su original asiento.

En vuestro mundo, las pilas se muestran, al igual que la mayor parte de los templos en la fría e desnuda piedra, más como ya os he mencionado anteriormente, non siempre fue así. También ellas estaban pintadas e llenas, amén del agua sagrada, de vivos e polícromos tornasoles.

Hoy, con el simple caminar por vuestras rúas, estáis harto acostumbrados a los muchos reclamos que os atraen como miel a moscas. Provenientes de distintos lugares, llaman la atención de vuestros siempre curiosos ojos: grandes filacterias e cartelas coloridas, bizarros artefactos que se iluminan e se apagan, lanzando luces que danzan cual si Satán mesmo las hubiere engendrado, incluso extraños legajos cuyas letras se mueven, o aparecen e desaparecen como por mágico ensalmo… hace ochocientos años aquesto difería gruesamente...  por un lado, mas non por el otro. Lo que llamaba la atención hace ochocientos años, lo que reclamaba los ojos, e do las miradas se posaban cual dóciles pajarillos, era en gruesa parte en lo mesmo que hoy. ¡En el color! Non somos tan dispares. ¿E dó se hallaba ese color? ¡Do ya conoscéis! En las yglesias, en sus canecillos, en sus capiteles e sus columnas, en sus contrafuertes e chambranas, en sus líneas de imposta e sus frisos de esquinilla, en sus pilas bautismales e desde luego, e por supuesto, en sus muros. 

¿Podéis imaginar la belleza del níveo templo, con su majestuosa e alba torre iluminándose al amanecer? ¿Podéis imaginar el contraste de sus blancos muros, contra un invierno gris? ¿Podéis imaginar su estallido de colores por doquier? ¿E podéis imaginar, vos que seguís mi discurso, e cuya inquieta mente ya ansía elucubrar lo que os describo, la liza de colores recortándose contra un cielo añil? ¿Podéis? Quiero pensar que sí....

 Continuará......


domingo, 21 de febrero de 2016

 

 
La iglesia de los Santos Justo y Pastor. Curiosidades y maravillas de los templos románicos. (PARTE I)


Segovia capital cuenta con uno de los patrimonios de época románica más ricos de España, y por ende de Europa. Entre iglesias, muralla, partes del alcázar y gran cantidad de portadas de viviendas, en el llamado Barrio de los Caballeros y también en el de las Canonjías, pocas ciudades la superan en España en cantidad de monumentos de esta época. La provincia no le va a la zaga, y existen impresionantes iglesias como las de Duratón, Sotosalbos, San Miguel de Fuentidueña y otras por llamarlo de algún modo, digamos… “menores”, que aparentemente pasan desapercibidas, pero que están cargadas de impresionantes singularidades. Me refiero a templos como los de La Cuesta, Caballar, Santiago en Turégano, Pecharromán, Barahona del Fresno, Orejana, Cuéllar, Sepúlveda, y un casi interminable etcétera.

El apelativo “románico”, fue acuñado en el siglo XIX por los arqueólogos, por el parecido de los templos del inicio de la Edad Media con lo que se hacía en la antigua Roma. No obstante es frecuente, en textos de principios de esta época encontrar el vocablo bizantino, cuando se refieren a iglesias y torres románicas. De hecho, incluso alguna guía de viaje moderna sigue incluyendo, ya por error, que ciertas torres o iglesias románicas son bizantinas.

Una curiosidad más: El estilo arquitectónico que siguió justo a continuación del románico fue el gótico. El tal nombre que ahora nos resulta normal, es sin embargo totalmente peyorativo, un menosprecio. Fue denominado “gótico” despreciativamente por los artistas del renacimiento, al considerarlo un arte bárbaro, proveniente de los godos, comparado con su arte puro, proveniente directamente de la influencia del mundo greco-romano.

Hoy, poco a poco, se está empezando a valorar nuestro envidiable patrimonio cultural que en el pasado cercano otros no supieron apreciar. De hecho, tres de las maravillas que atesorábamos “hicieron las Américas”. La primera, el ábside de la iglesia de San Martín de Fuentidueña. Fue cedida de modo indefinido al gobierno de los Estados Unidos, a cambio de seis pinturas que habían sido expoliadas de San Baudelio de Berlanga (Soria), y que ahora se custodian en el museo del Prado (una de ellas, la de un elefante, la veremos más adelante). En la actualidad, dicho ábside se puede admirar en la sección de los claustros del museo Metropolitano de Nueva York.

La segunda en hacer las Américas, fue parte del enorme monasterio cisterciense de Santa María la Real de Sacramenia. El claustro, el refectorio y la sala capitular, fueron inconscientemente vendidos a tratantes de arte estadounidenses, desmontados piedra a piedra y transportadas estas a Nueva York. Tras muchos avatares, las más de 10.000 cajas con más de 35.000 bloques de piedra, fueron transportados años después a Miami Beach, donde aún siguen constituyendo “The church of Saint Bernard of Clairvaux”, lo que se considera la edificación más antigua de los EEUU.

Ese mismo fue el destino de la tercera de nuestras “obras de arte viajeras”, parte del convento de San Francisco de Cuéllar, vendido al mismo tratante de arte, un tal Arthur Byne, el mayor expoliador de arte español conocido.

Qué se puede esperar de una época en la que incluso al acueducto se puso precio. Sí, sí, el mismísimo acueducto fue tasado pericialmente y se valoró en 990.000 pesetas, unos 6.000 Euros. Así lo recoge, El Adelantado de Segovia del lunes 24 de Febrero de 1919, bajo el titular “El acueducto finca urbana”. Si hubiera habido algún caprichoso magnate que hubiera querido y podido afrontar la costosa operación de desmontar el acueducto, embalarlo y montarlo en su tierra, a lo mejor ahora lo estaban admirando ojos ajenos… pero a lo nuestro.

 
 La historia que empieza a continuación, servirá de mucho cuando se siga leyendo el libro, porque después vendrán otros tres cuentecillos más en los que se hablará de más  cosas de nuestro riquísimo y espléndido pasado medieval. Con el presente relato se aprenderán, si es que no se saben ya, curiosas características sobre el arte románico, encuadrado en Segovia desde la reconquista de la ciudad en 1088 por Alfonso VI (en la época del mismísimo Cid Campeador) en el siglo XI, hasta bien entrado el siglo XIII. Pienso que de este modo, habrá ya muchos conocimientos en la mente que quizá, antes eran desconocidos y así será más fácil, y amena, la lectura de los otros tres cuentos “medievales”, que seguirán a continuación. De modo que, amables lectores, vamos a por ello:

¿Qué veis, cuando caminando pasáis al lado de los grandes tesoros románicos que conservamos en Segovia? ¿Qué os transmiten esas torres, esos arcos, esas centenarias edificaciones de piedra? ¿La rotunda robustez de su construcción? ¿La desnuda roca tallada con maestría? ¿Os habéis parado alguna vez a contemplar lo que la piedra cuenta en sus canecillos, en sus capiteles, en sus pórticos? ¿Qué sentís, cuando entráis en uno de estos templos? Los sentimientos que experimentáis cuando entráis en una iglesia románica es igual, o diferente, que cuando entráis en otra construido en otro estilo arquitectónico. ¿Sentís lo mismo al entrar en San Millán, la Vera Cruz o San Martín, que al ingresar en las modernas parroquias construidas en los últimos años? ¿Sentís lo mismo, que al entrar en la grandiosa catedral?

No recuerdo dónde leí, que las gigantescas y esplendorosas catedrales góticas habían sido concebidas para llevar las almas de los creyentes hacia Dios, mientras que los humildes templos románicos lo fueron para lo contrario, para llevar a Dios, hacia las almas de los creyentes. Se podrá estar, o no, de acuerdo con esta afirmación, supongo que irá en cada persona, pero al menos yo, no puedo estar más de acuerdo. 

Hoy en día tenemos ipod, ipad, smarphones, tablets, todo tipo de artefactos tecnológicos de nombres casi impronunciables, potentes ordenadores de mil marcas, internet (¡¡por cierto, estar atentos a la lectura pues en un momento dado, el protagonista os pedirá, sutilmente, que comprobéis algo con google maps!!), llevamos todo el conocimiento del planeta en nuestros bolsillos, en los móviles… y sin embargo, todos estos cacharros no pueden hacer algo que una cosa que siempre hemos tenido, y que “traemos de serie”. Una herramienta más potente, y definitivamente más poderosa, que todos esos ingenios: Nuestra imaginación. Usadla un momento conmigo… para situarnos aquí mismo… en Segovia, cuando las obras de un pequeño templo, de un humilde arrabal de artesanos dedicados a los oficios de los paños, el arrabal de San Justo y Pastor, estaban muy avanzadas. Prácticamente terminadas… eso fue hace casi, ochocientos años… Dejad que vuestra mente vuele a aquella hermosa, pero terrible época… que fue la Edad Media…

  

¿Estáis ya aquí? ¿Conmigo? Abrigaos. Ayer también nevó, y en la calle hace frío, mucho, muchísimo frío. Ya ha atardecido. Acaban de tañer los consabidos toques de cuerno que anuncian el cierre de las puertas de la muralla, aunque nosotros vamos caminando por fuera, subiendo un camino por el barranco frente a la puente seca, el acueducto, que conduce al arrabal de San Justo, en el altozano conocido como “el Cerrillo”. Hay que llegar a casa antes de que las tinieblas espesen toda la tierra con su tupido manto. El suelo está embarrado como siempre que llueve o nieva. Huele a humo por toda la villa. Es un olor agradable el de la madera quemada, de solo olerlo ya casi uno entra en calor, pero solo casi. Hay que tener cuidado donde se pisa, pues hay quien no tiene corral tras la casa y arroja… desagradables restos a la calle, que se mezclan con el barro y la nieve. Los pies están húmedos y helados. Tras siete años con las mismas botas, aunque sean de buen cuero y se las dé manteca a menudo, tienen un agujerillo por donde se me mete el agua, a ver si hay trabajo en el campo este año, o alguna incursión contra los moros tras la primavera y se puede hacer algún dinero. Se escucha por ahí, que el muy alto, muy noble y muy poderoso señor don Alfonso VII, el Emperador, quiere romper las treguas con los almorávides, ya veremos.

Ya casi llegamos a nuestro destino. Se le distingue claramente del resto. Es una casa de piedra que pertenece a la iglesia. Tendemos a pensar en las villas medievales como cuando nos viene al recuerdo Pedraza, con todas sus casitas de piedra, pero… eso es un error. El mundo medieval era eminentemente de madera, las casas corrientes eran poco más que chamizos de madera y adobe. Solo las viviendas de los opulentos eran de piedra, y las de los muy, muy pudientes con dos plantas, las dos de piedra, varias ventanas y hasta dos chimeneas.

Abrimos con cuidado la puerta, no queremos molestar a quien está dentro. Aunque la chimenea está en la otra punta de la estancia, nada más entrar se nota el calor de la lumbre, que lanza un juego de sombras sobre un hombre sentado a una gran mesa frente al fuego, y dándonos la espalda. Se escuchan los cantos provenientes desde fuera, de la casi concluida iglesia de los santos niños mártires Justo y Pastor, y nos vemos envueltos por un tranquilizador halo de espiritualidad. El hombre parece un monje, o un sacerdote. Está arropado por un pesado hábito marrón, y tiene la mesa llena de pergaminos y gruesos manuscritos… Démosle voz. Escuchadle sin hacer ruido… y aprenderéis mucho de él… (continuará...)